Pocas tecnologías actuales tienen el potencial de disrupción que tiene la Impresión en 3D. Imagínese pasar de un modelo de estandarización, en el cual todos compramos el mismo producto, a uno de personalización total en el que cada persona puede tener su propio producto único. Imagínese además que pasamos del modelo de producción en masa – catapultado por la revolución industrial del siglo pasado – en el que hay pueblos y países especializados en la fabricación de ciertos productos a uno en el que cada persona pueda imprimir lo que quiera directamente en su casa. Imagínese un modelo en el que en vez de comprar un producto terminado los consumidores comprarán los planos de dicho producto de tal manera que los pueda imprimir – una o varias veces – en su propia impresora.
Esa es la promesa del 3D. Pero por ahora es tan sólo una promesa. Por lo menos en la tierra.
En el espacio es otra cosa. Uno de los grandes limitantes de la exploración espacial tiene que ver con la cantidad de piezas de repuesto que se necesitan para garantizar que la Estación Espacial Internacional (EEI) – o la nave que sea que utilicemos – funcione correctamente, el espacio que estas consumen y el peso de las mismas. A hoy se estima que llevar 1kg a la EEI es de USD 1.600.
Por cada tubo, manguera, tornillo, bizarga, etc que se utiliza en el espacio es necesario tener al menos una unidad adicional de repuesto, toda vez que no existe en servicio de mensajería que permita enviar la pieza, en caso de falla de la misma, de una manera rápida y económica desde la tierra.
La solución? Imprímalas! Gracias a los avances en la impresión en 3D Nasa ha decidido enviar este agosto la primera impresora de este tipo a la Estación Espacial Internacional con el fin de hacer pruebas de impresión en 3D en ambientes de microgravedad, realizar algunos experimentos, pero sobretodo evaluar los ahorros que puede generar al programa poder imprimir sus piezas de repuesto directamente en el espacio.