Cuando era pequeño recuerdo que en mi casa había varias enciclopedias: la Enciclopedia de los Niños, la Enciclopedia Larousse y, claro, la Encyclopaedia Britannica. Recuerdo que había gente – vendedores – del Círculo de Lectores, que visitaban la casa de uno e intentaba vender los nuevos tomos o las nuevas ediciones de alguna de estas enciclopedias. Año tras año presentaban las novedades que traían las nuevas ediciones y presentaban nuevas publicaciones para ayudar a los más pequeños a explorar el mundo, aprender y estudiar.
Las enciclopedias eran la fuente de la verdad. En ellas estaba la información de cualquier cosa o evento que uno necesitara, en un mundo en el que el internet no existía (o era súper incipiente). Un mundo en el que el contenido era producido por unos pocos y consumidos por muchos. Un mundo en el que el conocimiento era un privilegio. Un mundo en el que “un año” era una medida adecuada de actualización de la información.
Un mundo antes de Google. Y de Wikipedia. Y del inmediatismo. Y de la era de los “prosumidores”. Y de la explosión del conocimiento.
El 13 de Marzo de 2012 la Encyclopaedia Britannica anunció que después de 244 años dejaría de imprimir sus enciclopedias. Seguía así los pasos de otras publicaciones físicas que sucumbieron ante la revolución digital y parecía dejar de existir.
Encontrar una enciclopedia nueva – o por lo menos reciente – en la casa de alguien es tan raro como encontrar una máquina de escribir o de coser. Es más, para muchos de los nativos digitales las enciclopedias son un misterio:
Pero eso no quiere decir que las enciclopedias no existan.
En días pasados cometí el error de decir que la Encyclopaedia Britannica ya no existía. En realidad quería decir que ya no se imprimía. Y lo uno y lo otro son dos cosas súper diferentes.
Aunque muchas dejaron de existir, la Encyclopaedia Britannica y un puñado de instituciones similares entendieron que antes de la muerte estaba la opción de volverse digitales, de desmaterializarse, de especializarse y de mover su modelo de uno enfocado en el consumidor final (las familias) a uno más institucional (los colegios / universidades). Un modelo en el que ese conocimiento especializado no sólo es útil sino valioso y en el que dichas instituciones están interesadas en pagar por él. Un modelo en el que ya no pasa un año sino que constantemente recibe actualizaciones diarias. Un modelo en el que se convierten en una base de datos, de conocimiento, de experticia. Un modelo freemium, con contenido gratis para todos y uno pago, especializado, de alto nivel. Un modelo que agrega más valor en un mundo lleno de “bla, bla, blas”.
Las enciclopedias impresas han dejado de existir. Pero las enciclopedias como tal aún existen. Solo hay que saber donde buscarlas.