La reciente oleada de tragedias naturales dejó tristeza y desolación entre las víctimas. En el plano más grave está la pérdida humana. Para los sobrevivientes queda la pérdida física, material y emocional. Entre las cenizas y ruinas perdieron objetos, recuerdos, fotos y documentos con un altísimo valor emocional.
Hemos escrito repetidamente acerca de los beneficios de la nube. En específico acerca de proteger sus bienes, digitalizándolos en la medida de las posibilidades y almacenándolos en servicios en la nube. No obstante, la nube tecnológica es un concepto intangible. En la realidad es un conjunto de datacenters a través de los cuáles se encuentra distribuída una gran parte de la información del mundo. Obviamente, un datacenter no es garantía de protección contra eventos catastróficos. Pero la información en la nube se replica a través de múltiples datacenters ubicados en diferentes lugares del planeta. De manera tal qué hay muy buenas probabilidades de que nuestra información no se pierda en la eventualidad de catástrofe geográficamente aislada.
A pesar de las ventajas de la nube sus bienes digitales siguen en riesgo. El problema radica en el rápido avance de la tecnología digital. Durante un reciente trasteo apareció el disco duro del computador que usé para mi posgrado, hace casi 20 años. Recuerdo que cuando el computador se dañó, decidí guardar el disco pensando que que luego podría recuperar su contenido. No lo pensé bien. Hoy la informacion allí contenida está perdida. No existe ya la tecnología para conectar este disco duro. Y aunque la encontrase, presumo que ningún sistema operativo o aplicación podrá leer los archivos allí contenidos. Podemos suponer que los servicios ofrecidos en la nube irán migrando su información una y otra vez a los nuevos formatos para mantenerlos vigentes. Y es muy posible que sea así. Pero las probabilidades de éxito no juegan a su favor.
El asunto no tiene mucho que ver con la voluntad de su proveedor de servicios en la nube. Es que es muy probable que en 10, 15 o 20 años su proveedor ya no exista. El actual disruptor será el próximo incumbente en caer como víctima. De forma que si quiere vivir en la nube, y tiene muy pocas alternativas para no hacerlo hoy, tendrá que monitorear contínuamente el estado de sus proveedores con el objetivo de anticipar su desaparición. No será un trabajo trivial, pues cada vez hay mas activos digitales en juego.
En mi disco duro hace 20 años posiblemente almacene archivos y algunas fotos. En la realidad de hoy tengo que proteger muchas mas cosas. Algunas son simples, como música y media. Pero otras serán más complejas. Mi particular dolor tiene que ver con la inteligencia artificial. Por ejemplo, ¿ha pensado que tendrá que volver a entrenar el teclado de su smartphone si tiene que cambiar a un nuevo sistema operativo móvil? ¿Qué va a pasar con todo lo han aprendido Siri/Alexa acerca de sus gustos y preferencias? ¿Quién se quedará con la llave de su casa cuando esta sea digital? ¿Cómo se repartirán las fotos de Instagram en la herencia que le dejará a sus hijos?
Mi suegra, una señora de casi 80 años prefiere pegar las fotos en álbumes, engorrosos de cargar en medio de una emergencia. Tal vez, y a pesar de las tragedias, tenga una mejor probabilidad de que sus memorias sigan vigentes en 20 o 30 años que la que tienen mis activos digitales de sobrevivir ese tiempo.