(Nota: Esta columna se inscribe dentro del contexto del Estado Colombiano, sus crisis y sus posibles alternativas desde una perspectiva de la tecnología)
Nunca he conocido a ningún congresista o presidente de la república. No sé cómo funciona el poder judicial con sus miles de ramas, dependencias, niveles, interpretaciones, sentencias, apelaciones, etc. La verdad es que nunca he leído la constitución y mucho menos ninguna de las leyes que sacan por ahí para hacerle la vida más difícil a uno. No me interesa. No he votado para presidente y mucho menos para Senado o Cámara. Tampoco creo que lo vaya a hacer; el sólo pensarlo me da pereza y desdén. Me preocupa más tener algunos “likes” y RT por algo que escribo, que saber cuándo son las próximas elecciones, cual es el gabinete del alcalde, o cuáles son sus nuevas excusas en relación al último desastre de Transmilenio.
Con mucha razón muchos podrán decir que soy un mal ciudadano; que me ocupan cosas banales y sin importancia; frente a lo cual sólo me queda aceptar mi humilde ignorancia y desentendimiento del Estado Colombiano. De cualquier forma, qué otra actitud podría yo tener si la única manera de conocer a mis gobernantes es, o en tiempo de elecciones, o cuando los agarran y sentencian a dos años de casa por cárcel por robar miles de millones de pesos al Sisben; cosa que por lo demás contrasta con el hecho de que una persona “común y corriente”, como yo, por robarse un caldo de gallina, puede ser sentenciado a seis años de cárcel en nuestro “honorable” Estado Colombiano. ¿Qué interés puede surgir de un organismo como el Congreso, donde personajes como Merlano, Enríquez Maya o Gaviria, lo único que verdaderamente saben hacer es aparentar una pobre sofisticación euro-criolla con sus Armani, camionetas blindadas y guardespaldas traídos de las minas de Muzo?, ¿acaso qué buen ejemplo me puede dar un tipo como Corzo que tiene más investigaciones en contra que yo memoria para poder recordarlas?; ¿y así me dicen que debería seguir escuchando una y otra vez los mismos discursos trasnochados de estos “padres de la patria” que ni siquiera saben leer bien?, ¿sus mismas promesas insatisfechas de hace décadas? Yo la verdad que prefiero irme a ver videos de gatos en YouTube.
Crecí con el Internet. Soy de una generación que no sólo se conforma con “recibir” información, sino que siente la necesidad de “crearla”, y es ahí donde esta el mayor potencial de la tecnología que probablemente más ha revolucionando a la sociedad desde la invención del lenguaje. Internet no sólo nos permite acceder a universos nuevos de información, sino que además nos permite crearlos; por primera vez en la historia tenemos al alcance una plataforma con la capacidad de conectar a cualquier persona en el mundo, que ofrece la posibilidad de intercambiar los significados necesarios para conocernos, comprendernos y organizarnos de forma autónoma y auto-determinada, según nuestras propias necesidades y deseos (y valga decirlo, no según lo que algunos-otros-pocos impongan que necesitamos y deseamos).
Que Facebook, Twitter o YouTube nos permitan crear contenidos cuyo alcance es potencialmente global no es asunto de poca importancia; y que podamos hacer uso de sistemas de conocimiento compartido y colectivo a través de “tags”, “folksonomies” y “wikis” no podría ser un hecho menos ignorado. Pero esto ya lo sabemos; nos han dicho mil y una vez que Internet es importante; igual, esa no es nuestra discusión; no se trata de discutir sobre lo evidente, sino sobre lo imaginable, para hacerlo pensable y entonces posible; se trata de colectivamente pensar cómo podemos usar Internet para imaginar (y lo que se imagina siempre es realidad) mundos diversos, mundos diferentes y mundos propios que puedan co-existir, sin la necesidad de pesados aparatos judiciales, legislativos y ejecutivos que sólo parecen servir en función de la opresión de las libertades y posibilidades de la vida “común y corriente”.
Y así, creo yo, es como esta generación amante del Friday de Rebecca Black, de doña Gloria y de cuanta bobada surja en redes sociales logró encender la llama para detener una reforma ya aprobada de la justicia en apenas unas cuantas horas. Una generación que a punta de tweets y memes, ha puesto en aprietos a varios intocables congresistas y funcionarios públicos por conductas, que aunque normales para ellos, siempre han sido indignantes para el resto de nosotros; una generación que de ninguna forma se puede enmarcar dentro de las fronteras imaginarias de eso que llamamos Naciones, pues de manera conjunta e interconectada, ha logrado la primavera árabe, la consolidación mundial de los movimientos de indignados, #OccupyWallSt y la lucha de Anonymous – todo esto con las críticas y debates que haya que dar al respecto -.
Somos una generación de la incertidumbre y la transformación, una que no se siente segura de casi nada; y no obstante, que sí está convencida del hecho de que si las leyes las están haciendo personajes como Corzo y Enríquez Maya, es porque algo no anda nada bien. Pues en verdad que no creo que necesitemos de estos maestros ilustrados para que nos enseñen lo que es bueno y malo, pues eso no se aprende ni en el congreso, ni en la presidencia, ni en las cortes. No, lo bueno y lo malo se aprende en el diario vivir, en el conjunto residencial, en la escuela rural, en la plaza de mercado, en la oficina, en el transmilenio, en twitter y en facebook; lo bueno y lo malo se aprende CON las personas con las que uno interactúa en la cotidianidad. Por esto, creo que el Estado, tal cual lo conocemos, va a morir; pues no sirve. Esas instituciones lejanas, llenas de burocracia, protocolo y escoltas, deben desaparecer para dar paso a acuerdos más locales y flexibles, que sí entiendan las dinámicas sociales contemporáneas y den respuesta eficiente a nuestros problemas cotidianos; problemas que ni el congreso, ni las cortes, ni la presidencia jamás podrían comprender, pues los trancones, los atracos, los asesinatos por un celular, el desplazamiento, la imposibilidad de conseguir vacaciones pagadas, las cinco horas de espera para la consulta médica que uno se tardó meses en conseguir, el mierdero de Transmilenio, el crédito impagable, el título universitario que no sirve; nada de esto, es asunto de ellos.
¿Y en dónde construir estos acuerdos?, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo emanciparnos de esos pesados y lentos aparatos judiciales, legislativos y ejecutivos para poder gobernar nuestras propias vidas? – Internet, a mi modo de ver, es la plataforma ideal para hacerlo. En este espacio medio “real” medio “digital”, medio “en serio” medio “ficticio”, cada vez más, las personas comunes y corrientes actúan como agentes políticos y económicos auto-determinados, capaces de entender sus roles sociales y de proponer sus propios mundos deseables.
Entonces, creo que de la misma manera que en su momento debió haber causado gran confusión y férrea resistencia reemplazar la ley de Dios por la ley del Estado Burgués-Moderno, en la actualidad nos enfrentamos a un reto similar: cambiar la ley de las elites – esa hecha por congresistas, jueces y gobernantes – por acuerdos consensuados de lo común, surgidos de las interacciones cotidianas, que cada vez más, se encuentran mediadas por los hipertextos en Internet.
Yo no quiero hacer parte de ningún Estado. Y sé que habrá personas que me llamarán estúpido o loco por decirlo; en lo que a mí respecta, la verdadera locura está en pagar miles de millones a un organismo que lo único que hace con verdadera efectividad es robar la plata de los impuestos que uno paga. Total que, para mí, la verdadera locura está en eso que llamamos el Estado Colombiano.
Sebastian Santisteban
@SebastianSantis