En medio de la crisis económica que ha generado la pandemia hay quienes piden frenar las iniciativas de Transformación Digital y la implementación de tecnologías asociadas a la 4ta Revolución Industrial -iniciativas a las que se refieren como “pomposas”.
La razón argumentada es loable: la preservación del empleo, pero no es nueva (desde lo lúditas en el Siglo XIX la vienen esgrimiendo) y está mal enfocada.
Ven en la implementación de estas tecnologías un juego de suma cero, enfocado en eliminar puestos de trabajo; una discusión de hace 5 años que se ha venido saldando en la medida en que la implementación de estas tecnologías en países desarrollados no sólo no ha aumentado el desempleo sino que, al contrario, ha generado más empleos, la mayoría de ellos con mejor remuneración (¿sabía, por ejemplo, que a pesar de haber reemplazo a miles de bodegueros con cerca de 100.000 robots, Amazon ha duplicado el número total de empleados en tan sólo 2 años?).
Quienes creen que fomentar el “chinomático” es la respuesta al cambio de paradigma generado por el nuevo modelo que nos obligará a implementar la postcuarentena, no han medido la diferencia (en despidos, en ingresos y en perspectiva de sobrevivencia) entre quienes ya habían comenzado su proceso de Transformación Digital y aquellas que lo han venido postergando porque el chinomático es más barato y porque ven en la tecnología un gasto y no una inversión.
En constructoras, inmobiliarias, bancos, fiduciarias, diarios, emisoras de radio, retailers, tiendas y hasta restaurantes hoy se cuentan historias bien diferentes. Los que perdieron 2 semanas (hasta luego de Semana Santa) para volver a operar porque sus procesos -manuales y rígidos, arcaicos y basados en “la oficina”- no les permitieron virtualizar reuniones, desplegar equipos remotos de trabajo y digitalizar la operación y las de aquellos quienes ya habían entendido que la tecnología es un habilitador para lograr que cada empleado sea más productivo (más no para reemplazarlos) y lograron funcionar de manera limitada pero continua durante los primeros días de la pandemia. Esos que hoy venden por Twitter y por WhatsApp y han mantenido casi intacta la nómina de sus empleados.
Los que creen que la pandemia no es momento para robots les preocupa que Rappi (al igual que decenas de retailers y empresas de mensajería en Estados Unidos y Europa) esté probando robots mensajeros. Se rasgan las vestiduras porque el trabajo -limitado- de los pequeños dispositivos lo podría hacer una (o varias) de las personas que se han quedado sin trabajo por culpa de la pandemia.
- Pero no piensan en cómo esos robots pueden ser utilizados, como ocurre en Japón, Europa y Estados Unidos para llevar alimentos y medicinas a quienes han sido infectados con el COVID-19 o a quienes (como ya lo hacen CVS y UPS por medio de drones), como médicos y enfermeras, están en clínicas y hospitales con un riesgo elevado de contacto, disminuyendo el riesgo de exposición de los mensajeros y de los demás clientes al virus.
- Se les olvida que gracias a la impresión en 3D se ha solventado en gran parte la escasez de ventiladores, visores de protección y demás implementos de bioseguridad.
- No tienen en cuenta que es gracias a la inteligencia artificial y a los robots (virtuales) que millones de personas han recibido respuestas a sus inquietudes y atención a sus requerimientos por medio de la interacción con chatbots y agentes virtuales, en vez de tener que esperar horas y días para que los atienda una persona en una línea telefónica.
- Y les dio amnesia, a pesar de que fueron ellos mismos quienes nos contaron de la iniciativa, que gracias a la bioingeniería contuvimos la epidemia del Zika hace menos de 2 años.
El coronavirus acelerará la adopción de ciertas “tecnologías” y cambiará para siempre al consumidor final, completando ese proceso de transformación de los clientes que nació, a comienzos de siglo, gracias a la Democratización Tecnológica.
Y a menos de que la empresas estén preparadas para atender a sus clientes donde estos quieren (en un modelo omnicanal) y de la manera que esperan (personalización, conveniencia, experiencia, velocidad) la competencia de otros países -que sí se está preparando para ello- terminará por desplazarlos y quebrarlos generando un problema más serio que el quieren evitar.
Es cierto: la crisis laboral que se nos avecina es importante. Pero la solución no es luchar contra la tecnología y promover modelos de trabajo basados en prácticas de la revolución industrial del siglo XIX sino en hacerlo basado en la realidad generada por la revolución digital del siglo XXI.
La solución es incorporar tecnologías que nos permita incrementar la productividad de todos los empleados, disminuir costos, mejorar la calidad e incrementar la competividad para abrir nuevos mercados, atender mejor a nuestros clientes y hacer todo eso de una forma más económica.
La solución es utilizar la tecnología para reentrenar a miles de personas cuyos trabajos ya están obsoletos y desaparecerán más temprano que tarde.
La solución es aprovechar el momento y la tecnología para repensar el modelo económico en pro de todas las personas, del medio ambiente y de la sociedad.
Y entender que la Transformación Digital y la 4ta Revolución Industrial no implican, per se, reemplazar a la gente por tecnología.