Aunque hoy en día ya es normal llevar nuestra música favorita a cualquier lugar y poco nos sorprendemos con las miles de maneras como podemos escucharla, una mirada a un pasado no muy lejano nos revela que el internet y las nuevas tecnologías han producido un cambio radical en la manera como nos relacionamos con ella.
Como fanático del rock y desde el punto de vista de mi generación, cuento una breve historia que puede ilustrar un poco estas transformaciones.
Hace unos 18 años y de ahí hacia atrás, cuando el internet aún no estaba ampliamente difundido y los reproductores portátiles sólo ofrecían la posibilidad de escuchar música de estaciones de radio, casetes o CD’s, las limitaciones para acceder a ella, según nuestras preferencias, eran enormes. Adquirir estos reproductores era costoso y, por eso, muchos debíamos optar por la radio y los dispositivos más tradicionales como grabadoras, equipos de sonido y, en algunos casos, reproductores de video casetes.
Y aunque era una situación a la que estábamos acostumbrados, las dificultades eran evidentes cuando se tenía el interés por adquirir música de algún grupo o género en particular. En el momento en que nacía el gusto por alguna canción, empezaba una batalla titánica por conseguirla, ya fuera pasando horas al lado del radio listos para grabarla, buscando amigos que ya la tuvieran, aunque fuera en una copia de mala calidad o, si se era muy pudiente, comprando el álbum del artista con el riesgo de que las demás canciones no nos gustaran.
Dado que la gran mayoría del rock se ha hecho en inglés, si uno es un buen fanático, no le basta con gozar la música, sino que también desea poderla cantar. Y si de conseguir las letras de las canciones se trataba, por estos años, el camino podía ser bastante tortuoso.
Si se tenía la suerte de que algún amigo adinerado tuviera el álbum con el cancionero para tomarle fotocopias, podía uno considerarse extremadamente afortunado. Pero como ese era un caso en un millón, lo máximo que se podía hacer era cruzar los dedos para que las entonces populares emisoras de rock de Colombia (88.9, la Súper Estación y Radioactiva) decidieran publicar las anheladas letras en las páginas de rock que durante varios años salían cada viernes en los diarios El tiempo y El Espectador.
Y si ese milagro nunca se producía, no quedaba más que acostumbrarse a tararear la canción en un inglés de pre-kínder y rogar que algún día la letra se apareciera en el camino por alguna extraña casualidad de la vida.
Todas estas fueron limitaciones con las que vivimos por años y que, a pesar de quitarnos posibilidades, nunca agotaron nuestra pasión por la música. Poco a poco, el panorama fue cambiando y a medida que el internet se popularizaba y los dispositivos de reproducción migraban hacia los formatos actuales, las opciones para acceder a la música empezaron a multiplicarse, hasta llegar al momento sublime en que todo el mundo se puso a nuestros pies.
No hace falta explicar cómo son las cosas hoy en día con respecto a la música, porque de eso ya casi todos sabemos demasiado, pero una pequeña comparación entre el antes y el después, sin duda nos ayuda a dimensionar la gigantesca influencia de la tecnología en este sentido.
Antes, si nos gustaba una canción, podían pasar días, semanas o meses para que pudiéramos tenerla, o debíamos hacer una inversión grande y riesgosa. Ahora, basta con entrar a Google, YouTube o a alguno de los miles de sitios y aplicaciones que existen, y descargarla en cuestión de segundos para llevarla en el celular, el iPod o cualquiera de los cientos de dispositivos que encontramos en el mercado.
En el pasado, cuando queríamos tener las letras de las canciones dependíamos de los periódicos, de los amigos y de la suerte, y aún con todo esto, pocas veces lográbamos conseguirlas. Hoy, unos segundos son más que suficientes para ingresar a Google, digitar el nombre de la canción y obtener millones de resultados de lo que queremos. Y aún si no sabemos el nombre de la canción, basta con conocer el del artista o un trozo del coro para que sea absolutamente fácil hallarla.
Ayer, los límites y las imposibilidades marcaban nuestra relación con la música. Hoy, prácticamente no hay nada imposible si de acceder a ella se trata. Podemos escoger lo que deseemos del catálogo universal, tenemos a nuestra disposición todos los géneros, las emisoras y los artistas en los formatos que queramos.
En definitiva, el internet y las tecnologías digitales de reproducción han modificado por completo esa relación que ha sido constante en la historia de la humanidad. Nos han facilitado otras concepciones de la música en tiempo y en espacio, ya que han hecho posible llevarla a cualquier lugar y desligarla de los escenarios a los que antes estaba atada, dándonos el poder para escucharla cuando deseemos, y jugar a nuestro antojo con sus tiempos de reproducción.
De la misma manera, han dado lugar a la casi absoluta democratización de ella y al surgimiento de universos individuales en los que las personas, sin importar dónde se encuentren, están conectados con su música favorita y abstraídos de lo que sucede a su alrededor.
A pesar de las enormes brechas que aún existen entre quienes tienen acceso a la tecnología y quienes no, lo cierto es que ese acceso sigue creciendo y hoy nuestro mundo cuenta con millones de medios más para ponerse en contacto con los productos culturales.
La música, ese elemento tan esencial en nuestra vida, es apenas uno de los millones de campos en los que evidenciamos que en un tiempo muy corto los avances tecnológicos han transformado de forma radical nuestro planeta y nuestra forma de vivir.