¿Cómo es que pasamos de la era de conocimiento al internet de la ignorancia? ¿Cómo es que caímos de un modelo donde la información estaba disponible para todos, en cualquier lugar y momento a uno basado en la mentiras en la manipulación?
¿Cómo es que le dimos paso a las Kardashian, a las Divazas, a los Youtubers de medio pelo, al mentiroso de Alex Jones y al mismísimo Trump?
La explosion de la conectividad vivida a comienzos de siglo nos sacó de la era de la duda – esa en la que uno tenía preguntas que jamás podía responder a menos que (a) conociera a alguien que tuviera la respuesta (¿se acuerda de “Yo se quién sabe lo que usted no sabe”?) o (b) dicha respuesta estuviera en una enciclopedia, usted tuviera acceso a ella y no le diera pereza ir a buscar la respuesta – a uno en que la información estaba ahí, a un click de distancia.
Con la masificación de los smartphones toda la información del mundo mundial estuvo en la punta de nuestros dedos. Ya no era necesario esperar llegar a casa para resolver nuestras dudas o ampliar nuestro conocimiento. Información inmediata, gratificación inmediata.
Pero algo extraño ocurrió con la revolución del social media. Una revolución que nos dio voz a todos, que nos llevó de consumir a “prosumir”, que amplió el megáfono que hasta ese entonces tenían unos pocos a cualquiera que tuviera algo “interesante” que compartir.
Sin el Social Media los niños latinoamericanos no podrían aprender matemáticas fácilmente con el Julio Profe, no podríamos combatir el tráfico con Waze, ni mucho menos existiría TECHcetera.
Pero sin el Social Media tampoco tendrían voz aquellos que aseguran que los niños sobrevivientes de la masacre en el Marjory Stoneman Douglas High School en la Florida son actores, los que aseguran que la tierra es plana (y que tienen miembros de su comunidad alrededor del mundo) o que con el proceso de paz en Colombia todos nos íbamos a volver a gais (oido como se escribe el plural de gay) por cuenta de unas cartillas.
Lo he dicho antes y le repetiré hasta el final de los días: el responsable de las noticias es usted; soy yo; somos todos. Cada vez que abrimos ese link, cada vez que comentamos, cada vez que lo compartimos y cada vez que no lo reportamos.
Pero es claro que cada vez más Facebook, Twitter, Google et al tienen más responsabilidad y “más huevo”…
¿Cómo es posible que videos en los que atacan a esos jóvenes sobrevivientes se vuelvan virales sin control? ¿Cómo es posible que ante los actos absurdos cometidos por Alex Jones o por Logan Paul, Youtube sólo les de “una advertencia”? ¿Cómo es posible que ante las innumerables faltas a los términos y condiciones de Twitter por parte de Trump, la compañía no suspenda su cuenta? ¿A quien le parece lógico que plataformas como Facebook cobren tarifas diametralmente diferentes a dos candidatos a la presidencia de un mismo país?
“Es cuestión del algoritmo” le oí decir a un funcionario de una de estas empresas. Un algoritmo que sólo “piensa” en maximizar las ventas de publicidad incluso si ello va en contra del bien común.
Los que me conocen saben que amo Facebook, que me divierto como nadie en ella y que comparto mucha de mi vida personal ahí. Los que me conocen saben que soy fan de los servicios de Google (más no de su hardware o software).
Como usuario, como fan, como padre de familia estoy indignado. A pesar de mi mejor esfuerzo mis hijos son expuestos a un contenido que no les aporta nada a su vida. Como fan de las redes sociales me da repulsión pensar en el rol que jugaron estas en permitir a un tipo como Trump volverse el “hombre más poderoso del planeta”. Como usuario me da asco que le den voz a tipos como Alex Jones para que invente mentiras sobre niños que lo único que quieren es algo que todo el resto de planeta sabe que es lógico: no permitir que la gente del común compre – sin ningún tipo de control – un arma de guerra.
Zuckerberg, Page, Brin, Dorsey, Wojciki y Pichai deberían estar apenados. Así como todos los que hemos compartido alguna vez alguna noticia falsa. Y todos, TODOS, debemos empezar a entender las implicaciones que la democratización tecnológica tiene para nosotros y para nuestros hijos.
Porque lo que se viene es peor.