Hablaba con mis hijos esta semana sobre lo difícil que creo es crecer en la era actual. Una era en donde siempre hay alguien mirando, escuchando y grabando. En donde hay una cámara en cada esquina y otras cien en la mano de cada persona que los rodea.
Donde las redes sociales almacenan (para siempre) los momentos que vivimos. Una era donde todo se vuelve información. Información que está disponible para cualquiera y donde todo queda registrado para la eternidad. Una era en donde, a pesar de la encriptación end-to-end siempre hay alguien más que tiene la llave para desencriptar los mensajes enviados y recibidos, que tarde o temprano terminan conociéndose.
En mi juventud las “embarradas” que uno cometía las conocían los amigos, algunos conocidos y de pronto – en caso extremo – los papás/mamás de uno.
Los niños y jóvenes de hoy viven (y vivirán) como Truman Burbank (The Truman Show, 1998). En un mundo en el que todo el planeta sabe lo que hicieron, lo que dijeron, dónde estuvieron y con quién. Desde siempre, por siempre y para siempre.
Un mundo en el que cada palabra, cada frase, cada acto los perseguirá por toda la eternidad. Ya no con testimonios y recuerdos de quienes los presenciaron (como en el caso de las audiencias de Brett Kavanaugh o Bill Cosby) sino con archivos documentales (textos, mensajes, grabaciones de voz, correos, twits, fotos y videos) de esos hechos que quedaron almacenados en los dispositivos de alguien y replicados en la nube.
Un mundo en el que todos los demás serán (seremos) jueces y verdugos de sus actos, en la mayoría de los casos con información parcial y sacada de contexto. En los que el escarnio público será la justicia, la venganza y el deporte favorito de todos, como en el caso de las niñas que se fueron de parranda a Guatapé mientras sus padres clamaban en redes sociales que “las devolvieran”.
Debo confesar que en su momento me reí cuando el entonces CEO (y adulto responsable) de Google dio a entender que las nuevas generaciones tendrían que cambiar de identidad para dejar atrás su huella digital cuando llegaran a la adultez. Hoy lo entiendo y veo el por qué claramente.
“I don’t believe society understands what happens when everything is available, knowable and recorded by everyone all the time” – Eric Schmidt – Ex-CEO de Google | 18 de Agosto, 2010
Y es que a pesar del paso de ya casi de una década creo que aún no entendemos los efectos de vivir en un mundo en donde nuestra huella digital es tan detallada, tan permanente, tan “consultable” y tan escudriñable.
De la pesadilla del Hermano Mayor pasamos a la del Hermano Menor, un hermano con menos escrúpulos, menos “buenas intenciones” y más protagonistas en los que la confidencialidad de los momentos es tan frágil como el del estado de ánimo o preferencias de seguridad del eslabón más débil de la cadena y en la que todo se sabe y se sabrá.
Qué difícil es crecer en una sociedad en donde la privacidad se limita a los secretos que guardamos, que no contamos, que no compartimos porque el resto de nuestras vidas son un libro abierto que jamás se borrará.