Facebook suspendió la cuenta de Donald Trump de su plataforma. Twitter lo eliminó de su servicio junto con otras 100 mil cuentas de la “extrema derecha” norteamericana. Stripe ha decidido dejar de procesar pagos de la campaña trumpista, Pinterest, TikTok, y otras redes sociales le bloquearon el derecho a postear, por lo menos hasta después del 20 de Enero. Google eliminó a Parler de su tienda de aplicaciones, al igual que lo hizo Apple. Y Amazon suspendió el servicio de almacenamiento de la red social preferida por los seguidores del Presidente de los Estados Unidos haciendo que desapareciera de un día para otro.
“Se acabó la libertad de expresión”, dijeron algunos. “No quiero vivir en un mundo en el que los T&Cs de las empresas privadas primen sobre los derechos fundamentales”, aseguraron otros. Y se armó un interesante debate sobre el rol y el poder que tienen las grandes compañías de tecnología para escoger a quien le permiten amplificar su mensaje a través de sus plataformas.
Y aunque las preocupaciones planteadas son válidas creo que hay un error de entendimiento sobre lo que ha ocurrido.
Nadie, ni Facebook, ni Google, ni Twitter, ni Apple, ni Amazon le han coartado la libertad de expresión a Trump y a sus seguidores. Lo que han hecho es eliminarle su posibilidad de amplificación. Trump tiene aún a Fox News, a OAN, al podio de la sala de prensa de La Casa Blanca para expresarse y compartir su teorías conspirativas sin que nadie lo silencie.
Sus seguidores pueden seguir gritando en las esquinas, pueden seguir mandando mensajes de Telegram, Signal o WhatsApp (si es que no se han ido; a todas estas, ¿por qué es que están yendo?), pueden seguir mandando correos masivos y pueden seguir compartiendo detalles de cómo Trump es la reencarnación del Mesías en sus grupos privados en todas las redes sociales y servicios de mensajería en donde las comunicaciones son encriptadas end-to-end.
Pero no pueden seguir utilizando los servicios de amplificación de Facebook, Twitter, et al como lo venían haciendo hasta el 6 de Enero. ¿Es acaso porque son conservadores? No. Es porque incitaron a un ataque terrorista en el que murieron 5 personas y que estuvo apunto de acabar con uno de los sistemas democráticos más importante del planeta.
Es por la misma razón que Isis, Hesbollah, Hamas, Al Qaeda o el ELN no tienen cuentas en esas redes sociales ni pueden utilizarlas para masificar sus mensajes, incitar nuevos ataques y reclutar nuevos integrantes. Es por la misma razón que esos grupos no tienen sus páginas web hosteadas con GoDaddy.
Si el Departamento de Estado de Estados Unidos pudo llevar al cierre de MegaUpload, ¿por qué no se puede cerrar Parler? Son peores los delitos que se han coordinado en dicha red social que las violaciones de derechos de propiedad de las que se acusó a MegaUpload.
Somos muchos los que vemos a Facebook y a Twitter y a las demás redes sociales como un servicio público, como un servicio esencial. Pero eso no es así. Son servicios de compañías privadas que tienen derecho de poner las reglas que quieran.
Y aún si lo fuera un servicio público tiene condiciones de uso. Si usted, por ejemplo, decide compartir su servicio de televisión por cable con un tercero, el proveedor lo desconectará. Si usted decide robar energía o agua y no cumplir con los términos de uso de la empresa que presta el servicio, esta le cancelará el servicio y lo demandará. No es tan difícil.
“Es que yo quiero instalar lo que yo quiera en mi teléfono” oí a un compañero de colegio decir en estos días. Chévere! Cómprese un terminal que corra un software libre, prográmelo e instale lo que de la gana.
Pero si usted quiere utilizar la propiedad intelectual de una compañía como Apple o Google, si quiere aprovechar los desarrollos que estas compañías hacen en materia de seguridad, privacidad, conectividad y demás, le toca seguir ciertas condiciones. Una de ellas es no promover ataques terroristas. Otra de ellas es no utilizarlos para coordinar acciones que puedan generar amenazas para otros.
Si Pakistán quiere desarrollar su propia red social, que lo haga. Si el trumpismo quiere armar su propia red social (además de su propio canal de televisión), que lo haga. Si en China quieren tener un sistema operativo libre de las condiciones de uso impuestas por las compañías norteamericanas, que lo hagan. Para eso son libres. Pero esa libertad, y la libertad de expresión por la que tanto se desgarran las vestiduras no significan que usted pueda hacer y decir lo que quiera sin repercusiones.
Uno de los grandes problemas de las redes sociales es que nos hemos acostumbrado a que en ellas se dice lo que jamás le diríamos en la cara a otra persona. Nos envalentonamos porque no hay que “poner la cara”, porque estamos detrás de un teclado y una pantalla.
Lo ocurrido este fin de semana es algo que debió ocurrido hace años. Y no sólo con Trump y QAnon y sus fieles seguidores. Con toda actividad que promueva o incite a la violencia, que amenace la integridad física y emocional de otra persona. Con todo aquello que propague mentiras infundadas; desde los terraplanistas, hasta los antivacunas pasando las cartillas que no iban a convertir a todos en homosexuales.
Porque una cosa es el derecho a expresarse y otra, muy diferente, es la posibilidad de su mensaje sea amplificado.