Las redes sociales siguen siendo de lejos una de las creaciones más poderosas de nuestro tiempo, ante todo porque han sabido explotar algunas de las más fundamentales necesidades de los seres humanos, como la pertenencia a grupos sociales, el reconocimiento, la aceptación, la necesidad de aprobación y la posibilidad de crear una identidad que se afianza en la interacción con otras personas. De ahí que, también, con los años se hayan convertido en las plataformas de negocio que reportan las mayores ganancias, dado su potencial para conocer en absoluto detalle las preferencias de los usuarios y convertirlos en clientes de toda clase de productos y servicios.
La cara oculta de esas multimillonarias estrategias de negocio y el tratamiento cuestionable que las redes dan a la información de los usuarios ha sido un tema ampliamente explorado en contextos académicos y en aquellos donde predomina la sospecha sobre los productos y las prácticas del “mainstream”. Una verdad que, aunque conocida por muchas personas, ha venido a ser visibilizada por medios independientes, y por documentales como El dilema de las redes sociales, que fue lanzado el pasado mes de septiembre por Netflix. Esta producción, que amplía las revelaciones que ya muchos venían haciendo, ha develado abiertamente situaciones sobre las que la inmensa mayoría de los usuarios no tienen conocimiento.
Lo que para el usuario promedio es una adictiva y estimulante manera de pasar el tiempo, viendo a otros y haciéndose ver, para los estrategas de negocios de las redes es el oro que se produce en masa y que es vendido por miles de millones de dólares a compañías de todo el mundo. Cada minuto que una persona pasa en la red es una millonaria fuente de información sobre sus gustos, hábitos, preferencias, necesidades, intereses, comportamientos de compra y hasta sus miedos y carencias. Nunca en la historia de la economía las compañías habían contado con datos tan absolutamente precisos y segmentados sobre las audiencias y, eso explica por qué hoy en día, el marketing digital crece y se populariza de forma exponencial.
Las notificaciones que recibimos de diferentes redes sociales, los cientos de contenidos recomendados con que nos encontramos todo el tiempo y los infinitos anuncios publicitarios con que somos bombardeados en la red son la materialización de esas estrategias en las que personas y algoritmos informáticos se han encargado de diseñar detalle a detalle nuestros perfiles para hacer de nosotros clientes inocentes que siguen creyendo que:
Lo mejor de la redes es no tener que pagar por estar en ellas ?.
Si bien es cierto que hoy tenemos a nuestro alcance una cantidad infinita de información y que las mismas tácticas que nos convierten en clientes son medios para potenciar nuestros propios negocios e intereses, es nuestro deber como ciudadanos digitales comprender que detrás de toda la magia de la red hay personas y organizaciones con acceso a toda nuestra información personal que nos conocen más de lo que nos conocemos nosotros mismos.
Lo anterior, aparte de hacernos blanco permanente de publicidad y contenidos invasivos, pone sobre la mesa la delicada cuestión de que:
Quien tiene nuestra información tiene el poder sobre nosotros y está en capacidad de manipularnos!
Este es un debate que ya se ha dado públicamente en los últimos tiempos y sobre el que el propio Facebook (para mencionar sólo un ejemplo) ha tenido que responder en estancias legales. A este respecto existen alrededor del mundo miles de demandas de parte de usuarios, así como amplias investigaciones que sustentan la idea de que la información que las personas voluntariamente entregan en la red es el nuevo medio, por el cual, compañías, gobiernos y hasta organizaciones ilegales ejercen control sobre los ciudadanos.
Una idea siniestra que recuerda, entre muchas otras, la temible figura orwelliana del Gran hermano y las tesis de filósofos como Michel Foucault sobre la política, la vigilancia y el control.
Estar en línea y, consecuentemente en las redes sociales, es hoy algo tan natural como caminar por las calles de nuestro barrio o ver la televisión, una práctica completamente cotidiana sin la cual ya no nos imaginamos un solo día. Tal vez desarrollar conciencia crítica sobre todo lo que ello implica no ha de significar acciones extremas como cerrar cuentas, no socializar o dejar de consultar los contenidos que nos interesan pero, vale la pena recordar que, nada es gratis!
Detrás de todo lo que se nos ofrece hay intereses bien calculados y compañías para las cuales nosotros mismos somos el producto en venta.
En una era en la que abunda la información, ser ignorante es una elección poco recomendable y ser ingenuo es un nuevo pecado capital! Eso implica que desarrollemos la competencia para poner a nuestro favor el universo de posibilidades que la tecnología sigue poniendo en nuestras manos.